Por los recovecos de tu ventana, peleando con los pliegues de la cortina, se cuela en tu habitación, la luz, débil aún, de la mañana.
Tu duermes. La linea de claridad ilumina tu pelo, revuelto sobre la almohada.
Conforme sube el sol, la luz recorre tu rostro, tus hombros, la curva que dibuja tu espalda.
¿Como podría no quererte?
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